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Distimia

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Estamos abocados en la actualidad a una suerte de distimia* colectiva, a un estado semidepresivo estructural, es decir, no agudo, pero sí sistémico. Esta afección va socavando el estado de ánimo de los ciudadanos. Porque si se es tan bienintencionado, pero tan inconsciente (o imprudente)  de leer la prensa  o escuchar la radio, es decir, estar –supuestamente- al tanto de las noticias patrias para creer que se participa de la cosa pública, es ineludible caer en un estado de melancolía absoluta, de ser reo, necesariamente pasivo, que espera que le caiga el filo de la guillotina.

No, no se puede ya estar mínima y lealmente informado. La TV está absolutamente gubernamentalizada y/o atrapada por lo que llamábamos poderes fácticos.  Sonmuy raros los versos y tímidos versos sueltos. Quizás sólo quedan las redes y éstas, ya de hecho, están siendo censuradas.

Ante una situación tan penosa en la que el FMI ha dicho que España va a ser, de los países occidentales el que peor se va a recuperar, el Banco de España ha hecho sus peores augurios, la AIREF clama por una reforma sobre todo en las pensiones, la OCDE profetiza también tiempos oscuros. Desempleo, inactividad, caída del gasto de familias,  empobrecimiento, endeudamiento público sin posibilidad de devolver las cantidades que nos presten y, en todo caso, hipoteca del país para que nuestros nietos sigan pagando los intereses de una interminable deuda. Pero ¿cómo nos va a dar un euro la UE con un panorama marcado por una  incompetencia declarada, aderezada por embustes continuos y cambios de criterio arbitrarios? ¿Quién se arriesga a invertir en un país así? ¿Quién se arriesga a abrir un negocio? La deuda ya está al 140% del PIB y con la crisis económica (-12 % de crecimiento) no parece nada probable que haya ingresos para el gasto que tenemos.

Así las cosas, es complicado no caer en un estado de desmoralización general. Un buen amigo, de natural optimista, hace ya unos años me dijo que había decidido no escuchar noticias ni leer periódicos. En su momento le dije que cómo podía hacer eso, no participar en la vida pública siquiera fuese estando al tanto de lo que va pasando a tu alrededor. Y me dijo que prefería ser feliz, que no se creía nada, vivir día a día. Y no le faltaba razón. Estoy a un tris de hacer lo mismo, porque ante una situación tan penosa  no cabe sino adoptar una de estas posturas: Uno: reaccionar indignándose ante amigos que tengan cierta paciencia, incluso dejarse oír en foros públicos y en redes con el consiguiente riesgo de somatizar el disgusto. Dos: empatizar cristianamente con  los inútiles e incompetentes. Pobrecillos, sus padres no les habrán querido lo suficiente, ellos heredarán el reino de los cielos. Tres: los más fanatizados, echarse al monte quizás…

Aun dudo en decidir si es peor ser un incompetente declarado o ser embustero, traicionero y mala persona  o las dos cosas a la vez: incompetente y malo (en el sentido de mala persona). Porque un mono con dos pistolas es peligroso, no tiene idea de lo que hace y se carga a cualquiera hasta que se le acaban las balas (que afortunadamente tampoco sabe reponer). Pero uno que no sabe resolver problemas y no sabe hacer la “o” con un canuto, con perdón, pero al mismo tiempo tiene como único objetivo aferrarse a un sueldo público y a unas prebendas de las que sólo disfruta la nomenklatura, es un peligro inminente. Es el problema de vivir en un país imaginario, de vivir en una burbuja sin pisar la calle y con la única información, previamente filtrada, que facilitan los gabinetes de prensa en sus resúmenes encuadernados. Cuánta (ir)responsabilidad tiene la prensa de todo lo que está pasando. Sí, ya se sabe primum vivere deinde philosophari…Hay que echar garbanzos a la cazuela. En estas condiciones ¿habría que abogar por la desaparición o al menos una reforma profunda de la carrera universitaria de periodismo? ¿Pero es que no enseñan ética en esa carrera?

El problema de la incompetencia, la ignorancia y la maldad de unos políticos aficionados y con escasísima preparación intelectual,  se agrava a través de los asesores y expertos (en nada) de los que se rodean. El problema es que esos asesores son aún más incompetentes que los asesorados; pero no son sino tropas de élite en cuanto a lealtad al líder. Son inmunes a hacer el ridículo y están dispuestos a hacer todo lo que haga falta para mantenerse con el chupachups público, aunque algunos ni hayan terminado el bachillerato. Quién no ha conocido un asesor de un ministrillo o consejerín autonómico que hizo el bachillerato a trancas y barrancas y sólo consiguió aprobar un par de asignaturas de cualquier carrera poco exigente.

¿Qué podemos hacer los peatones? Me temo que poco, tan sólo elevar la voz en alguna parte esperando no demasiada censura, quizás rezar y, por supuesto, esperar mejores tiempos.

*  Tipo de trastorno afectivo o del estado de ánimo que a menudo se parece a una forma de depresión mayor menos severa, pero más crónica.


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